Uruguayos Extremos - Titan Desert

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6 Ene 2011
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Hay palabras que se repiten cual denominador común: desafío, adrenalina, sacrificio, recompensa, confianza, dolor, orgullo. Suenan en boca de varios uruguayos que por distintos caminos en algún momento de sus vidas se toparon con un deporte. Y que con el paso del tiempo quisieron subir la apuesta y probar su capacidad al límite: lograr una hazaña extrema. Así el ciclismo se convirtió en bicicleta montaña, el bungee jumping en alpinismo, la equitación en enduro y la natación en una travesía a mar abierto. Son experiencias donde prima el instinto, pero la lógica también tiene su lugar. Porque detrás de todo esfuerzo físico, coinciden quienes compartieron sus historias con Domingo, tiene que haber una cabeza convencida de que vale la pena. Es todo o nada.

Desierto. Desde la largada lo esperaban 600 kilómetros, días de 42 grados y noches que congelaban músculos y articulaciones. Seis horas de pedaleo constante entre trampas de arena, piedras y espinas. Una ducha reparadora pero que solo podía durar tres minutos. La cena y el descanso en una "jaima" -tiendas de campaña hechas con tela de pelo de camello- junto a otros dos competidores. A la mañana siguiente, fila en la enfermería, sobre todo para curar y proteger las castigadas nalgas, y cada uno a buscar su bicicleta. El paisaje del Sahara marroquí, donde Jorge Vidart (50)corrió este año por segunda vez la Titan Desert, era impresionante. Su fuerza y sus ganas, también. "Son pruebas que en el ambiente las conoce todo el mundo, pero me decían que era imposible hacerla… Porque no tenemos la topografía, porque no tenemos el clima… Se ven inalcanzables", dice el primer uruguayo en "correr" en esta carrera internacional de bicicleta montaña que va por su octava edición.

Dedicado al rubro de pintura, empezó a entrenar en 2005, cuando un amigo lo invitó a dejar el sedentarismo. En 2008 salió campeón nacional de bicicleta de montaña y quiso subir la apuesta. Ese año hizo la Ruta de los Conquistadores, en Costa Rica, y en 2010 se anotó en la Titan Desert. Volvió a Costa Rica en 2012 y a Marruecos en abril de 2013, donde terminó sexto en la categoría Senior y entre los cien primeros en la tabla general. "Acá si no salís primero, segundo o tercero no existe, pero en una prueba de estas entrar entre los cien primeros es muy difícil".

Para entrenar hay que robarle horas al trabajo o a la familia. Si aparece una competencia en el horizonte, cuatro horas todos los días y los fines de semana un poco más. "Siempre está el rezongo, pero si no tuviera el apoyo de mi señora y mis hijos estas cosas no las podría hacer".

Este año, en la Titan participaron 362 ciclistas de 18 nacionalidades. Jorge no tiene apoyo oficial, solo algunos colaboradores que se contagian de su entusiasmo. El dueño de Il Mondo della Pizza, por ejemplo, lo conoció mientras pintaba su apartamento y le ofreció ayuda. "Le dije que me hiciera la ropa y yo ponía su logo, pero me terminó pagando el pasaje", recuerda. Es que los sacrificios empiezan incluso antes de la largada.

Su bicicleta Scott, valuada en más de cinco mil dólares, es su eterna compañera. Con ella cruzó el desierto en seis días. Adelgazó tres kilos pero no tuvo ningún accidente. "Me cuido al cien por ciento, a mí y a la bicicleta". Meticuloso y precavido, no toca la caramañola con los labios para no contaminarse, evita conversar para no gastar fósforo, lleva siempre una camiseta térmica para las noches y carga una larga lista de provisiones: geles, barras energéticas y tres litros (obligatorios) de agua. Además, un GPS y una brújula, porque la Titan también es una carrera de orientación. "Lo más importante es la parte mental: un 60% es cabeza, el resto un poco de físico y suerte".

Recién llegó del desierto y ya piensa en próximos desafíos. Puso el ojo en la Cup Epic, en Sudáfrica, y en la Cocodrilo Tropic, en Australia. "Me encanta y me motiva entrenar con un objetivo. Es salir de la rutina y marcarte una meta diferente. Decir, ¿podré hacer esto? ¿estoy en condiciones? ¿soportaré física y psicológicamente? Tenés algo en el horizonte que te impulsa a entrenar más fuerte. Cuando salgo a pedalear a las seis de la mañana y no anda nadie en la calle es espectacular, no tiene precio".

Montaña. Leonardo Pérez (41) tenía uno de los mejores paisajes del mundo solo para él. Estaba a 7.200 metros sobre el nivel del mar y su panorámica incluía al inmenso glaciar Baltoro y a la cercana y peligrosa majestuosidad del K2, la segunda montaña más alta del mundo. Era 2009 y se preparaba para asaltar la cima del Broad Peak (8.047 metros), en Pakistán. Disfrutaba de agradables tres grados; en la noche, contaba con un sobre de plumas -que cuesta unos mil dólares- para soportar 30° bajo cero. Era él y el paisaje impresionante, y el frío, y el silencio. "Cuando estás por hacer cumbre ya llevás un buen tiempo en la montaña y la soledad te toca. Pero venís sonriente. Vale la pena".

Aclimataciones a distintas alturas mediante, una cumbre demora un mes o más. "Capaz que estás un mes y medio para estar solo un minuto y medio en la cumbre, por el oxígeno". Es caro: solo los permisos para escalar cuestan unos 8.000 dólares. Solo las botas especiales salen otros 2.500. Contratar sherpas -los nativos del Himalaya- para cargar los bolsos de 30 kilos cada uno es, sonríe con cierta amargura, mucho más barato. Siempre hay que subir con dos o tres sobres, dos o tres carpas, y una buena cantidad de la vieja y querida polenta. Es muy peligroso: "Vos no tenés diez metros cuadrados para armar una carpa. Capaz que a dos o tres centímetros de donde pusiste la estaca hay mil metros de desplome". En Manaslu y en 2008, subir 6.900 en siete días le produjo un principio de edema pulmonar. Otra vez se zafó un tornillo de hielo y se fue 50 metros para atrás.

Funcionario del sector de informática de Antel, Leonardo piensa que es el único montañista uruguayo que ha subido los "ochomiles", las montañas más altas del mundo, todas ellas ubicadas en el Himalaya y el Karakorum. "Según los registros de las bases de datos de Nepal y Pakistán, es así". Aficionado al buceo, al judo, a los Eco Challenger y al bungee jumping, unos amigos del exterior fueron quienes lo pincharon para escalar. Además del Broad Peak, ha tocado las cumbres del Manaslu (8.156 metros) y Shisha Pangma (8.027). También ha subido al Aconcagua (6.960), al Kilimanjaro (5.892), y al McKingley (6.194). Las mayores alturas en Uruguay, vale decir, apenas superan los 500 metros. Ahora está planeando ir a la Antártida, a hacer cumbre en el Vinson (4.897). Para esta expedición, que también tiene un costado científico, está abocado a la búsqueda de los indispensables sponsors.

Hay algo que a Leonardo -con una hija de tres años y una madre ya acostumbrada a las andanzas de su hijo- lo mueve más que la adrenalina. "Está la mística de los pueblitos de montaña. Hasta los 4.000 metros hay escuelas llenas de niños, mientras te aclimatás, interactuás con ellos". A sus sponsors, entonces, les pide lapiceras y hojas para ellos. "Hay lugares paradisíacos y vírgenes que no te los trae ninguna foto". Esas imágenes guardadas en la retina, dice, son las que compensan cualquier esfuerzo.

Selva. "Yo no sabía lo que era un caballo. Fue la crisis de los 40. Existe". A esa edad, María González (47) aprendió a cabalgar. Un año después, ya corría enduro. A los 44, competía por el equipo uruguayo en la Sultan`s Cup Terengganu Endurance Challenge en Malasia, una de las carreras ecuestres más difíciles y peligrosas del mundo. Son 120 kilómetros en la selva, entre barrancos, pantanos, 100% de humedad, lluvias y que se realiza en la noche, porque de día el calor es insoportable. Por suerte para los jinetes, los tigres de la Malasia parecen haberse quedado en las novelas de Sandokán.

El enduro ecuestre es una carrera contra el clima, el tiempo y el terreno, de 40 a 160 kilómetros. También es una carrera contra los imprevistos. "Lo extremo del deporte es que no importa lo buen jinete que seas o el buen caballo que tengas: importa cómo reaccionás". En Malasia, los monos saltan en bandadas, lo que espanta a los caballos. Eso le pasó a Pacífica, la yegua de María. "Me agarré de su cuello y empecé a rezar", confiesa. "El mayor riesgo es saber que no estás sobre una máquina sino sobre un ser vivo, que puede asustarse y rodar". No conoce ningún colega muerto en carrera, pero sí a varios que quedaron paralíticos.

La carrera de Malasia fue en noviembre de 2009; en junio de ese año su caballo resbala, ruedan y el animal cae encima de ella. Ella despierta en el sanatorio con un disco de la columna partido y un dolor insoportable. "Pero la pasión y los compromisos fueron más fuertes". A fuerza de infiltraciones corrió hasta 2012; recién en marzo se operó. "Ahora tengo una depresión muy grande por no poder montar por un año. Pero no pierdo las esperanzas; hay jinetes de 70 años compitiendo a primer nivel".

Con títulos mundiales y panamericanos, Uruguay es una potencia en enduro ecuestre. Sus caballos, jinetes y entrenadores son muy codiciados en el extranjero. El rey de Malasia vino al país en abril de 2009 y quedó impactado con el nivel de sus equinos. Uruguay tiene dos buenas pistas internacionales en Costa Azul y en Trinidad. Sin embargo, admite, es un deporte muy poco difundido. "Hay muchos más enduristas de lo que se cree, solo en la asociación hay más de 600". En aquella Sultan`s Cup, los tres uruguayos llegaron juntos, "de la mano y llorando"; sexto, séptimo y octavo lugar, tras casi doce horas de carrera. Fueron los únicos extranjeros que llegaron a la meta.

Nacida en Argentina y amante desde siempre de los deportes extremos, propietaria de caballos y del equipo Del Viento Endurance, María tiene dos hijas: Luma (14) y Guadalupe (6). La más chica aguantó como una campeona que se le disparara el caballo. "Terrible. Por suerte, en vez de soltarse se aferró más con los brazos y las piernas". La pasión puede más. "¿Por qué lo hago? Es casi inexplicable. Lo puede comprender un hincha fanático. Yo pasaba cabalgando cinco o seis horas por día. La relación entre la persona y el caballo va más allá de lo lógico. Te convertís en uno solo".

Mar. Entre la idea y el hecho pasaron dos años. Leonardo Chieza y Adrián Ravaschio tenían experiencia en piscinas varias y habían hecho alguna prueba a mar abierto, pero las corrientes y los vientos del Río de la Plata eran un desafío mayor. Corría 2003 y la meta era cruzar el tramo de 42 kilómetros que une el Puerto de Colonia con Punta Lara, cerca de Buenos Aires. No era una hazaña inédita; en 1982 otro uruguayo, Daniel Scott, había unido ambas orillas a fuerza de brazadas. "Yo era chico y esa idea me quedó. Siempre se veía como algo inalcanzable", dice Leonardo (44), técnico neumocardiólogo y hoy abocado a "la aventura de criar dos hijas adolescentes".

Los trámites fueron engorrosos y en varios momentos los nadadores sintieron que el sueño se diluía. La Prefectura de Colonia exigía una lancha con tripulantes, dos gomones, un motor extra, guardavidas y equipo de resucitación. Faltaba un mes y faltaba casi todo. A través de amigos y conocidos primero consiguieron la embarcación, luego los técnicos y el equipamiento. Solo restaban 1.200 litros de gasoil para que todo se echara a andar. "Al final le mandé una carta a (el presidente) Jorge Batlle pidiéndole el gasoil para la lancha y la nafta para los gomones. Al otro día me llamaron de Presidencia y me mandaron a hablar con (Pedro) Bordaberry en el Ministerio de Turismo. Fuimos y nos dieron los vales".

La primera vez que entrenaron entre el Puerto del Buceo y la playa de Punta Gorda olvidaron pedir autorización a Prefectura de Montevideo y se ligaron un rezongo. "Éramos dos locos nadando en el medio de la playa". Luego de varias postergaciones por mal tiempo, el 7 de febrero de 2004 a las cinco de la madrugada, sin traje de neopreno pero con el cuerpo untado de vaselina, Chieza y Ravaschio se tiraron al agua. "Estábamos con una adrenalina bárbara".

Pese a ser verano, el agua, a unos 19°C, se sentía fría. Estimaban nadar tres kilómetros por hora en estilo crol, lo que insumiría unas 14 horas. "Las primeras diez horas fueron hermosas. La tripulación no entendía cómo llevábamos tantas horas nadando y seguíamos de buen humor".

El ánimo comenzó a decaer junto con la luz del día, a solo 12 kilómetros de la meta. Ravaschio se sintió mal y casi tuvo que abandonar. A la altura del Canal Mitre hubo que esperar 40 minutos que pasara un barco. El viento empezó a soplar fuerte. "Los técnicos nos pedían que abandonáramos, pero no queríamos, no íbamos a tener otra oportunidad". Después de 17 horas y diez kilos menos, llegaron a una zona pantanosa cerca de Punta Lara. Cuando el juez de la Federación dio por válida la travesía se subieron al gomón. "Nos pusimos a llorar, festejamos, nos abrazamos y de repente vino una ola y nos tapó. Se apagó el motor y empezamos a ir mar adentro…".

En estos años, Leonardo continuó nadando. Ahora entrena con un grupo Senior en Bohemios, su club de toda la vida, e hizo varias veces el recorrido entre Punta del Este y Piriápolis. "En el agua hay una bohemia diferente a la tierra, quizás sea porque no es nuestro medio natural, no lo sé, no tiene explicación".

"Corro para para honrar a mi donante, que hoy vive en mí"
Para Eduardo Ortiz (44) correr es experimentar la libertad, es sentir el abrazo del viento, es agradecer el hecho de estar vivo. Es que Eduardo no es un maratonista cualquiera: a los 12 años le diagnosticaron una enfermedad cardíaca y en 1999 le realizaron un trasplante de corazón. Antes, con una arritmia de 180 pulsaciones por minuto, no lograba terminar 12 metros de caminata. Después, es como si le hubieran crecido alas, dice. "Logré hazañas deportivas que jamás imaginé". Empezó a entrenar, a correr, a hacer ciclismo. "Quería bajar la tasa de mortalidad en todas sus formas. No tener hipertensión, ni colesterol, ni sedentarismo, ni estrés...Y alentar a otros, porque si yo lo consigo cualquiera puede hacerlo". En 2009, Eduardo se convirtió en el primer trasplantado de corazón en correr los 42 kilómetros de la Maratón de la Ciudad de Buenos Aires. Puso cuatro horas y 50 minutos. Ahora va por la Ironman, la prueba más exigente del triatlón: 3,86 kilómetros de natación, 180 de ciclismo y 42,2 de carrera a pie.

Oriundo de Durazno, hoy vive y entrena en Maldonado. No conoce de frenos físicos, pero por momentos la falta de sponsors se vuelve una dificultad. Solo la inscripción para la Ironman -que es en Florianópolis, Brasil- cuesta 800 dólares, a lo que hay que sumar gastos en pasajes, alimentación, indumentarias y vitaminas. "Un patrocinio me ayudaría a estar más cerca de lograrlo".

En estos años, no faltó gente que le dijera que competir era una locura. Eduardo, en cambio, siente que al hacerlo está honrando a todos los que lo ayudaron en el camino y, sobre todo, a su donante. "Aquel que dejó de ser y hoy es en mí". En los momentos de pausa, hay una frase que siempre viene a su cabeza: "Nunca dejes que las mentes pequeñas te convenzan de que tus sueños son demasiado grandes".

RUSH DE ADRENALINA
Extremos limpiando vidrios
Cuando Leonardo Pérez comenzó a practicar bungee jumping a mediados de los `90, muchos le dijeron que fuera a ver un a psiquiatra. Y eso que todavía no se le había dado por algo tan ajeno al uruguayo promedio como ir a escalar montañas al Himalaya.

El psicólogo Gabriel Gutiérrez, director del Consultorio Psicológico del Deporte, señala que quienes practican estas disciplinas extremas o riesgosas suelen consultarlos pero no por un tema existencial sino por razones más bien personales. "Es que en general no se cuestionan lo que hacen a nivel deportivo. Es al revés: aman lo que hacen, tienen un fuerte vínculo muchas veces a nivel grupal y de equipo. Son ordenados, planifican, entrenan".

Otro psicólogo especializado en deportes, Jorge Delgado Di Biase, califica a estos deportistas como "personas que buscan poner a prueba su capacidad para realizar retos que van más allá de lo cotidiano. Necesitan hacer cosas que para otros sean impensables, para así lograr un `rush` de adrenalina que los haga sentir bien o muy bien".

En su consulta, Gutiérrez recuerda dos casos que le llamaron particularmente la atención. Uno era un paracaidista que tuvo una dolorosa y casi mortal experiencia al caer sobre unos árboles. Era el último de una serie larga de accidentes y aterrizajes bastante forzosos.

-Me imagino que dejás el paracaidismo.

-Al contrario, lo único que tengo claro es que no voy a dejar de saltar.

La otra situación hablaba de un deportista múltiple, que coqueteaba tanto con el tenis y el fútbol como con la natación extrema o la supervivencia en el Amazonas. Luego de la consulta, le comenta a Gutiérrez que se va de vacaciones.

-Te lo merecés, ¿adónde te vas?

-A Nueva York. Me voy con un amigo a limpiar vidrios en los rascacielos. Quiero vivir esa experiencia.

El psicólogo Gutiérrez nunca había escuchado sobre esa forma de descansar.

Sensaciones y anécdotas al límite en primera persona
"Yo sentí miedo por primera vez en Costa Rica, cuando tuve que adentrarme en la selva solo. Lo peor es cuando dudás, cuando pensás la situación... Si no lo pensás y te mandás, el miedo no existe". Jorge Vidart, ciclista.

"Es más difícil bajar que subir. En el ascenso todo el mundo va con cuerdas, más asegurado, mirando al de atrás. Cuando vas bajando luego de hacer cumbre, la mentalidad es tipo `acá no pasá nada`. Querés volver en un solo día, ya estar en el hotel. Eso es peligroso". Leonardo Pérez, montañista.

"Cuando era más joven y sin hijos hacía cosas más arriesgadas, ahora ya no. Me invitaron a cruzar el Canal de la Mancha, pero el agua es muy fría, está a diez grados, además de todo lo que implica el viaje hasta allá. No quise ir porque la familia, que te espera afuera, se angustia mucho". Leonardo Chieza, nadador.

"En Malasia yo trabajaba para el rey. Y en la carrera, donde él competía, se queda sin su séquito. Nosotros, el equipo uruguayo, íbamos como seis minutos adelantado. Me llama un asistente: "María, dice el rey si lo podemos esperar". ¡No quedó otra! Ahí me enteré que el rey no era muy buen jinete". María Gonzalez, endurista.

"Mi mayor aspiración es demostrar la viabilidad de los trasplantados y ser inspirador para que otros se animen a mejorar su calidad de vida por medio del deporte. También decirle a la gente que vale la pena ser donante de órganos para que otros como yo puedan volver a vivir". Eduardo Ortiz (foto), maratonista.

Deshidratación, llagas y caídas
De los 362 competidores que largaron el 28 de abril en la Titan Desert, solo 280 llegaron a la meta. El uruguayo Jorge Vidart fue uno de ellos. Se podría decir que el logro le costó sudor y lágrimas, aunque no sería del todo cierto. La sequedad del desierto, con solo 15% de humedad, hace que la transpiración no se sienta. "Las tiras del casco quedan blancas, te sacás la camiseta y está blanca, pero no te mojás". Ligado a este fenómeno está la deshidratación, una de las principales causas de abandono. "Cuando te das cuenta de que te está faltando agua ya es tarde…". Las llagas en las nalgas y las caídas también son enemigas de los ciclistas.


http://www.elpais.com.uy/domingo/urugua ... remos.html
 
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8 May 2011
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A Jorge Vidart se le olvido comentar que tambien participó en la IRON-BIKE, competencia esta que se desarrolla en los

Alpes italianos (http://www.ironbike.it/); trepando por encima de los 2000 msnm, y en la cual lo forzaron a abandonar

por hipotermia , sino el "fenomeno " seguia igual...
 
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